Asumir que la delegación es buena:
Eso define que
se tiene seguridad en uno mismo, que no hay temor alguno y finalmente que
se está dispuesto a dar su confianza a una o varias personas.
A partir de aquí es cuestión de crear el equipo, apoyándolo. No ser machacón
con los errores, que siempre habrán.
No dar la sensación que se controla excesivamente. Y cuando haya algún conflicto, no tomar decisiones sin contar con todas las explicaciones de la persona o grupo. Es conveniente tener dosis de paciencia, al menos inicialmente, para dar orientaciones, lo más claras posibles, sobre los trabajos.
Delegar:
Realizar el traspaso
de responsabilidades. Marcar cuáles son los objetivos, que debieran
ser muy concretos, alcanzables y evaluables. Explicar la importancia del trabajo,
por dónde pueden surgir problemas, etc.
Indicar cuáles
son los criterios por los que se va a medir el alcance de las metas. Otorgar
la autoridad que precisa el subordinado y apoyarla ante toda la organización.
Buscar vías sencillas de comunicación y control. Si se puede,
fijar un sistema de premio.
El control:
Dependerá
mucho de la persona o equipo, del nivel de integración, motivación,
experiencia anterior, etc. Es conveniente que exista para evitar males mayores.
Se suele realizar mediante reuniones o emisión de informes en los que
se ve la marcha de los trabajos y siguen unas pautas prefijadas según
criterios de actuación, ritmo de los controles, mecanismos de corrección
de errores, etc.
La Evaluación:
A través
de las reuniones que se mantienen se van realizando evaluaciones que permiten
aprender de los errores cometidos y que facilitan el conocimiento de cómo
las personas mejoran sus rendimientos con relación a los objetivos
fijados.